Pata de perro / Un fantasma en Copenhague

AutorAlonso Vera

Apenas emergí de la estación central de trenes de Copenhague cuando traspasé el umbral entre la realidad y la ficción. Inventiva y fantasiosa, esta ciudad es uno de esos destinos que no te permite saber si estás despierto o aún estás soñando.

El tiempo transcurre de una manera diferente cuando viajamos y estamos fuera de la cotidianidad, y la capital de Dinamarca vive a ese ritmo permanentemente. Sus habitantes decidieron no entregarse a la vorágine de la vida de ciudad, lo que resulta una mezcla casi perfecta. Por eso, tuve ganas de saborear Copenhague por más tiempo del que recuerdo.

La casa de la corona

Mi disfraz de genética nórdica me hizo pasar desapercibido. No causé conflicto visual, ni mucho menos cultural, al caminar por esta civilizada urbe que ha sido la capital danesa por más de 600 años y de la monarquía más longeva del mundo.

Recorrí años de historia de esta ciudad rebosante de jardines, castillos y calles empedradas. La arquitectura medieval alemana juega con las más espléndidas manifestaciones contemporáneas: casonas de tejas y madera con tonalidades festivas e iglesias de espirales cobrizas conviven con edificios de acero y cristal.

Un deleite visual reptaba por mi espinazo hasta que lle-gué a un parque con estanques repletos de cisnes, donde me permití dejar la mochila sobre el suelo y derrumbarme en el pasto a imaginar.

¿Un cuento de hadas?

Basta con leer uno de los cuentos de su famoso hijo Hans Christian Andersen para comprender el encanto antiguo y fantasioso de esta ciudad derivado de una rica tradición; Copenhague fungió como la casa de la corona del reino que gobernaba Noruega, Suecia, Islandia y partes de Alemania entre el siglo 13 y el 16, conformándola como una poderosa monarquía que se mantiene hasta hoy en pie.

Sin embargo, mi historia se parecía más a la descripción que Knut Hamsun plasmó en "Hambre", considerada como la primera novela moderna de la literatura escandinava. Mis...

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