La paternidad, su obra maestra

AutorRodolfo G. Zubieta

¿Qué es lo que mejor sabe hacer Guillermo Arriaga? La respuesta obvia sería "escribir".

Pero, si se le pregunta a Mariana, su hija, ella dirá con certeza que el mayor talento del autor de Amores Perros y Babel es ser padre.

Él admite que, al principio, la paternidad lo hizo sentirse vulnerable y confundido; después, halló en esa faceta una inagotable fuente de aprendizaje y amor.

Verlos juntos lo confirma: el realizador se nota orgulloso, feliz; y los ojos de ella se iluminan con admiración, complicidad y devoción.

En este Día del Padre, Guillermo y Mariana celebran el lazo de amor y sangre que los une, a través de cartas que comparten con los lectores de Gente.

Hija:

Aún recuerdo la cara de emoción de tu madre cuando bajó del auto y me dijo que venía del laboratorio y le acababan de notificar que estaba embarazada.

Ella, con una feliz certeza; yo, con una feliz confusión. Me había llegado el momento de ser papá y, la verdad, no tenía ni idea de lo que ello pudiese significar.

Y cuando naciste, con los ojos muy abiertos en el quirófano, mirándome directo a los ojos, lo de ser papá cobró otra dimensión. "Y ahora ¿cómo me voy a relacionar con ella?".

Tu mamá ya parecía saberlo todo: cómo cargarte, cambiarte los pañales, medir la temperatura de la mamila... ¡Quién sabe de qué venero de sabiduría materna bebió, pero tu mamá se las sabía de todas, todas! Y, al parecer, se las sabe aún porque me sigue sorprendiendo su seguridad y amor maternal.

Yo no. Tuve que aprender de ti y de Santiago, tu hermano, hondísimos secretos de la vida que ni siquiera imaginaba. Aprendí que dentro de mí habitaba un furioso instinto paternal dispuesto a pelear por ustedes. Aprendí a escuchar, dialogar, entender, apreciar, callar, aconsejar, ser aconsejado y, por supuesto, aprendí a cambiar pañales y a disfrutar el gigante privilegio que es darle un biberón a una hija.

En otras palabras, aprendí un significado completamente nuevo del amor. Aprendí a comprometerme con ustedes, a darles lo mejor de mí, a entenderlos, a educarlos y, al mismo tiempo, a aceptar su deseo de ser libres y experimentar por sí mismos.

Aprendí a quererlos por quienes son, no quienes deseaba que fueran (y, bueno, hasta aprendí el uso de manzanas para poner un alto a sus peleas fraternales. Nadie sabrá jamás de este secreto).

Tú, tu mamá y Santiago me acompañaron varias veces a trabajar. A presentar libros, a filmaciones, premieres, festivales, entrevistas...

No supe cuánto habían absorbido ustedes...

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