DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

Robertito Guajardo era el joto del pueblo. En aquellos años -los cincuenta del pasado siglo- Saltillo, mi ciudad, era eso: un pueblo apenas un poco más grande que su catedral. A los homosexuales no se les llamaba así, y menos aún "gays". Se les llamaba jotos. Y Robertito era el joto del pueblo. Tenía una afición: el teatro. Su sueño, confesaba, había sido siempre "subir al palco escénico". De cuando en cuando llegaba a Saltillo el Teatro Tayita, de Blanquita Morones y el Chato Padilla. Robertito alojaba a toda la compañía en la vasta casona donde vivía solo. Así evitaba que los artistas gastaran en hotel durante el tiempo que permanecían en la ciudad. Una de aquellas veces esas buenas personas, que conocían el sueño de Robertito, quisieron corresponder a su hospitalidad, y lo invitaron a actuar con ellos en una función fuera de temporada. Él no podía creer la honrosa invitación: ¡al fin iba a poder hacer lo que siempre había soñado! Le ofrecieron el principal rol masculino en un "potente drama". Robertito se aprendió de memoria el papel tras estudiarlo día y noche, y luego ensayó concienzudamente la obra con la compañía. Su personaje era el de un hombre noble, de carácter íntegro, cuya esposa había caído en brazos de un malvado seductor. El marido, para lavar su honra, iba a matarla con un tiro de revólver. Ella, de rodillas, le pedía perdón, pero él se mantenía firme en su propósito homicida. Ya iba a disparar cuando en eso entraba la pequeña hija del matrimonio y les preguntaba a sus padres con sonrisa de ángel: "¿A qué están jugando?". El ofendido esposo, emocionado, abrazaba a la niña y luego la entregaba a su madre al tiempo que le decía volviéndole la espalda: "¡Anda! ¡Vete con tu hija!". Salía la mujer, avergonzada, y él quedaba en escena, solo, sacudido por los sollozos con el rostro entre las manos. Telón lento. Aquello era de mucho efecto. Llegó el día de la función. La carpa se abarrotó con un público lleno de curiosidad por ver a Robertito Guajardo metido a actor de teatro. Vino la escena culminante. Blanquita Morones, en el papel de la esposa infiel, cayó a los pies de Robertito y le pidió clemencia. "¿Por qué me matas?" -le preguntó, desesperada-. Robertito irguió toda su estatura y respondió con dramático acento: "¡Porque soy hombre!". Una estentórea carcajada recibió esa frase. Se oyeron silbidos de burla...

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