DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Salario a capricho

AutorCatón

En la fiesta de bodas gritaban unos: "¡Arriba la novia!". Otros gritaban: "¡Arriba el novio!". Un borrachín sugirió con tartajosa voz: "Déjenlos que se acomoden como ellos quieran"... La esposa de Usurino Cenaoscuras, el hombre más avariento del condado, le informó: "Está aquí un muchacho que pide una aportación para la alberca del Club de Jóvenes". Le dijo el cicatero: "Dale un poco de agua"... Babalucas fue a la tienda de mascotas a comprar un pez dorado. El dueño vio la ocasión de venderle algo más. Le preguntó: "¿Quiere un acuario?". Replicó Babalucas: "No me importa de qué signo sea el pez"... Antes había muchos románticos incurables. Pero luego llegó la penicilina... Me he resistido siempre a usar la expresión "mercado del trabajo". Pienso que el trabajo no es una mercadería, sino una manifestación del ser del hombre, capaz de transformar el mundo con su pensamiento y con su acción. Algo de sagrado, entonces, tiene el trabajo, y no se le puede considerar meramente una cosa que se compra y se vende. Es una extensión de la persona humana, y merece el mismo respeto y consideración que ella. Sin embargo la empecinada economía se impone aun sobre el trabajo, y lo somete a sus estrictas reglas. De ahí deriva el hecho de que el salario esté sujeto a leyes económicas que no se pueden vulnerar so riesgo de provocar indeseadas consecuencias. No es el capricho de un político el que puede aumentar por decreto ese salario, cuya fijación está más allá de la voluntad de cualquiera, por poderoso que sea. Vivió en Saltillo don Adrián Rodríguez, quien se hacía llamar "el economista non" en un tiempo en que en mi ciudad no había economistas. Cuando el salario mínimo no llegaba a los 3 pesos él propuso que fuera de 40 pesos diarios, y lucía en su cinturón una gran hebilla de metal con ese número. No prosperó su idea, como tampoco se concretó jamás su propuesta de que todos los habitantes de Saltillo tiráramos a media calle una moneda de 20 centavos. De esa manera se crearía un banco público. Quien estuviera urgido de dinero tomaría los veintes que necesitara, con la obligación de restituirlos luego. Pues bien: las ideas de don Adrián son tan peregrinas como la de fijar a voluntad el salario mínimo. Quien tal haga, en su salud lo hallará. Yo...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR