DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Entender la tragedia

AutorCatón

Don Languidio Pitocáido y su esposa cumplieron cuatro décadas de casados y fueron a una playa a pasar una segunda luna de miel. A su regreso los amigos del provecto señor lo invitaron a tomar una copa y le preguntaron en tono picaresco: "¿Cómo te fue?". "No muy bien -contestó, pesaroso, el señor Pitocáido-. Hace 40 años mi mujer no hallaba cómo contenerme. Ahora no hallaba cómo consolarme"... Todas las vacas tenían ya sus becerritos, menos una. Y es que era la única a la que ningún toro se le había acercado nunca. Por tal motivo la infeliz andaba siempre triste; no se explicaba la causa del desdén; no sabía por qué los fuertes machos no la buscaban para propósitos generativos. Finalmente, después de observar su conducta en el prado, una de sus compañeras dio con la clave del problema. Le dijo a la vaquita: "Con razón ningún toro se te acerca, Galatea. Los bloques de sal son para lamerlos, no para sentarte en ellos"... En cierta reunión coincidieron una anciana de condición humilde y un hombre con aspecto de profesionista. La vejuca oyó que todos llamaban "doctor" al elegante caballero, de modo que fue hacia él y le dijo: "Qué bueno que está usted aquí, doctor. No tome a mal que aproveche yo la oportunidad, pero fíjese que desde hace una semana empecé a sentir un dolor muy fuerte aquí en el pecho, que se me va a la espalda, y luego me baja a los ijares, y ahí se me clava. La otra noche...". "Perdóneme, señora -la interrumpió cortésmente el caballero-. No soy doctor en Medicina: soy doctor en Economía". "Ah -repuso la humilde ancianita-. Entonces pregúnteme usted a mí lo que quiera saber"... Alguna vez deberá escribirse la novela del migrante, o filmarse la gran película que recogerá el drama de los que todo lo arriesgan, hasta la vida, con tal de escapar de su país. Se les considera, aun en su misma patria, como personas inferiores, una especie de vagabundos que, cegados por la esperanza de ganar dólares en Estados Unidos...

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