Prohibido voltear la mirada

AutorPatricia Miranda

Enviada

REPÚBLICA DE SINGAPUR.- Tan desconcertante es su aspecto arquitectónico como sus prohibiciones. El primero parece haber sido diseñado para filmar una serie futurista. Las segundas son tantas, que intimidan... Pero sólo a primera vista.

Basta con andar este destino unos días para entender por qué se dice que Singapur is a fine country, frase que, según el humor y la perspectiva, puede traducirse como "Singapur es un país bello" o "Singapur es un país de multas": 500 dólares de allá (alrededor de 405 estadounidenses) por beber o comer dentro de los andenes y vagones del Metro, y mil (aproximadamente 810) por fumar.

Menos mal que disparar la cámara no es motivo de sanción, si no muchos ya habrían quedado en la ruina: el perfil de esta diva asiática es en extremo fotogénico. Para admirarla, las alturas son una buena opción. Ya sea desde una cabina del Singapore Flyer, hoy por hoy la noria más grande del mundo, o desde el Sands Sky Park, esa especie de nave espacial que parece haber perdido la brújula y en lugar de anclar en el puerto se posó en las tres torres del Marina Bay Sands.

Habrá a quienes esta fachada perfecta les parezca sospechosa. ¿Será que los habitantes de esta isla, que es al mismo tiempo una ciudad y una nación, viven conformes con la estricta disciplina?

Sólo hay que interactuar con alguno que otro para intuir que la respuesta es positiva. Sabedores de que su cultura se ha formado de tradiciones tan diversas como la india, la malaya y la china, han aprendido no sólo a tolerar las diferencias, sino a unir esfuerzos hasta lograr que su país sea llamado El Tigre Asiático.

Si de día la panorámica de Singapur impacta, por la tarde arranca suspiros. Tras ver la ciudad desde lo alto conviene pasear por Clarke Quay, una zona que parece estar siempre de fiesta. Ahí, los antiguos almacenes del puerto han sido transformados en restaurantes, bares y discotecas. Las fachadas color pastel lo mismo animan a jóvenes que salen a correr luego de una jornada de trabajo, que a los paseantes que se dirigen hacia la estación desde donde zarpan embarcaciones pequeñas.

Se acerca la noche y nadie debe perderse un recorrido por el Singapore River. Conforme se van metiendo el sol, la ciudad empieza a presumir sus luces. El barquito avanza lentamente y uno a uno van apareciendo los íconos de la urbe.

El Boat Quay, que fue núcleo comercial de este puerto, reluce por un lado. Por el otro y, como vigilando que todo siga en orden, permanece incólume...

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