En rápida evolución

AutorRebeca Pérez Vega

Para tener una imagen propia en el siglo 19 había que experimentar un acto casi solemne, para muchos representaba pagar una pequeña fortuna, mantenerse inmóvil por largos minutos, posar entre un gesto adusto y dejarse dirigir, incluso vestir, por el fotógrafo.

Hoy, la fotografía es un medio democrático al que cualquiera puede acceder en cuestión de segundos y compartir con el mundo, sin importar clases, poses o intenciones.

En ese escenario, no sólo los usos y costumbres de la sociedad contemporánea son rápidos e inmediatos, también la forma de retratar la visión del mundo.

Ahora en un disparo se produce una ráfaga de imágenes, que a medidos del siglo 19 hubiera sido impensable y en ese laberinto de posibilidades se impone el retrato, que como antaño busca registrar la vida personal, aunque sus caminos han cambiado radicalmente hacia una plataforma líquida, que se diluye veloz en una pantalla.

Hoy es un acto cotidiano y barato, pero como lo documenta el historiador de arte Arturo Camacho, las formas y las técnicas revolucionaron el ejercicio.

En el siglo 19, un sirviente debía pagar seis reales, casi 60 centavos de un peso, por una postal propia, cuando el salario no sobrepasaba los cuarto pesos al mes, era todo un evento personal y social.

En una de las imágenes rescatadas por Camacho, aparece una mujer de mirada parca, que clava su vista hacia la cámara y se aferra a un mueble afrancesado, mientras sostiene una bolsa tejida en mimbre.

La sirviente luce un vestido elegante y oscuro, que quizá nunca pudo pagar, pero, como hoy, en el siglo 19 las apariencias eran importantes, había que simular que el empleado era prolífico por bondad del patrón.

Ese era un acto de solemnidad y elitismo.

Había que posar por hasta dos horas para que la imagen fuera suficientemente nítida y no cualquiera accedía a él, era un evento costoso del que el fotógrafo era consciente y hasta prestaba sacos, bolsas y arreglos de flores para que el sujeto jugara en ese ambiente de pretensión.

La fotografía llegó a México a finales de 1839, apenas unos meses después de presentarse en Francia como uno de los grandes inventos del siglo 19.

A Guadalajara arribó oficialmente un par de años después gracias a Louis Prelier, un comerciante francés que aprovechó para traer la novedad por todo el País y en 1849 surgió la figura de Amado Palma, quien tomaba fotografías si el tiempo y el clima lo permitía, aunque el primer fotógrafo reconocido que firmaba sus obras fue Justo Ibarra...

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