El regreso a la puerta mágica

AutorDiana Lucía Álvarez

Cada noche, antes de dormir, les cuento por separado a Camy, mi hija de 4 años, y a Alú, de 8, un cuento y luego cerramos los ojos para ir a visitar el "país de las hadas".

Cada una se acurruca a mi lado, con los ojos cerrados y escucha con una sonrisa cómo describo cada paso, cada palabra de las hadas, cada aventura. A pesar de la diferencia de edad, a ambas les encanta hacer estos "viajes".

Hace unos días, luego del cuento, Camy estaba triste y enfadada. Cuando comencé el viaje al país de las hadas, se dio la vuelta y me dio la espalda, mientras me contaba lo que le había dicho una niña de 10 años.

-"Me dijo que las hadas no existen, mamá".

-"¿Y tú qué crees Camy?", le pregunté tratando de obtener más información sobre esa charla.

-"Pues no sé... si ella dice que no existen, deben no existir. Pero Alú dice que si un niño no cree, una hada desaparece y yo no quiero que se mueran".

¿Qué debía decir? Recordé a una gran amiga que me compartió cómo se enojó con sus papás por lo que le contaban sobre Navidad y los regalos que recibía. Para ella, la frustración al dejar de creer fue tan grande, que a sus hijas las educó de forma distinta. ¿Debía hacer lo mismo? ¿Ser racional y cortar de inmediato con todo vestigio de imaginación o fomentarla y no hablar con claridad? Pero si Camy sólo tiene 4 años.

De pronto, me vi en el patio de mi primaria, durante el recreo. Sentí claramente cómo contaba los pasos, unos a la izquierda y otros a la derecha. Estaba siguiendo las instrucciones del mapa secreto que me llevaba a la puerta invisible que comunicaba con la Tierra de Nunca Jamás... ahí, luego de cruzarla, cada mañana me encontraba con Peter Pan.

¿Se ríe alguien? Lo comprendo, porque nunca he podido entender por qué cada recuerdo es tan intenso. No fue como un sueño... eran sensaciones, incluso, más fuertes que los recuerdos de algunos hechos comprobables.

Un día, cuando tenía casi 9 años, luego del ritual de los pasos, la puerta no estaba ahí. Busqué desesperada y conté una y otra vez cada paso. Nada. De pronto tuve una certeza: había crecido. En ese momento entendí por qué Peter Pan no quería crecer y dejé de estar triste. Me dio tranquilidad entender.

Con esa sensación, miré a Camy acostada, enfurruñada... tal vez los psicólogos no estén de acuerdo con mi decisión, pero creo que la coherencia es esencial para educar. Así que hice lo que me dictó el corazón.

-"Mi amor, cuando tenía tu edad, todos los días iba a visitar a las hadas...

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