La Alcazaba/ Réquiem por un coloso

AutorLuisa Fernanda Cuéllar

Mil rostros dantescos aparecieron entre el humo negro que devoraba las entrañas de dos torres, dicen que gemelas, que contemplaban plácidamente la bahía.

La Estatua de la Libertad, símbolo de una nación que se ha vislumbrado desde otras latitudes como la tierra prometida, se revolvió de impotencia ante la magnitud de lo que los hombres, los homo sapiens, habían perpetrado.

El cielo rugió de indignación y el pánico se apoderó de la meca del homo economicus que habita la tierra.

No fue posible hacer algo. Los ojos atónitos de los testigos solo atinaron a dilatar la pupila.

Ante el infierno, hubo quien se arrojó de las torres eligiendo no la vida, sino únicamente, un estilo de muerte.

Ríos de tinta derramados en filosofías sobre la administración de la riqueza y las maravillas de un estado a prueba de todo, se convirtieron en apocalípticas cenizas que vistieron el asfalto de desolación.

Central Park no podía creer lo que veía, se escondió entre su espesura y ordenó a sus habitantes guardar silencio. El lago perdió su tranquilidad y enloquecido por las detonaciones se volcó sobre los árboles borrando las inscripciones que miles de trashumantes habían grabado sobre sus troncos.

Nueva York había amanecido arrullada por el taconeo de los citadinos que empezaban a poblar las calles en busca de un café que les hiciera llegar hasta sus oficinas. Las bocas de las estaciones del metro bostezaban el todavía principio de una semana precedida por un desenfadado verano.

Las calesas y sus cocheros se alineaban para iniciar sus recorridos con la rutina acomodada en el asiento, muy cerca de las temerarias moscas que con el valor a cuestas se exponían a los coletazos de los caballos. Los taxis amarillos ensayaban el tamborileo que marcaría el ritmo de sus motores durante la jornada y el Hotel Plaza servía desayunos en todos los idiomas. Nada estaba fuera de su sitio, era un día más, solo eso, un día más.

De pronto, las fauces de un monstruo de mil cabezas aniquilaron de cuajo la leyenda de un King Kong que años atrás escaló los muros del Empire State con un gran saco de ingenuidad sobre su espalda.

La ciencia ficción falleció ante la realidad. El estruendo aclaró de la manera más brutal que no era un efecto especial creado por la industria del celuloide, sino que era la muerte misma, con su capa más negra, oscureciendo todo lo que se le ponía por delante.

La diversidad de razas y creencias se unió en un alarido que enmudeció al planeta entero. El enemigo se...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR