Ricardo Elias / ¡Ay, Caracas, no te rajes!

AutorRicardo Elias

El que Hugo Chávez haya aceptado inmediatamente su derrota en el referéndum que promovió para obtener de los venezolanos un cheque en blanco, no es un inocente acto democrático, ni una demostración de respeto a la voluntad popular, sino un acto de inteligencia política que le dice que si cuestiona las instituciones electorales, las mismas que en ocasiones anteriores le han otorgado victorias, pone en juego su propia legitimidad.

(López Obrador podría aprender de esto, pero no hay que darle ideas.)

Prueba del desprecio y de la falta de respeto de Chávez a los ciudadanos que votaron en su contra son sus declaraciones en las que les dice: "Sepan administrar su victoria. Su victoria pírrica yo no la hubiera querido. Nosotros estamos hechos para una batalla larga".

Chávez desacredita el esfuerzo ciudadano y considera a la mitad de los venezolanos (para los cuales, le guste o no, también gobierna) el enemigo a vencer, y les anuncia que la batalla continúa. La mitad del pueblo que se opone a él no son sus hermanos. Son su obstáculo.

La victoria obtenida por la Oposición es sólo un freno temporal pues los venezolanos están en manos de un dictador loco de poder disfrazado de demócrata. Si no, analicen sus dos últimas ocurrencias: Primero amenaza con nacionalizar los bancos españoles, Santander y BBVA, si no recibe una disculpa del Rey Juan Carlos por el incidente ocurrido en la pasada Cumbre Iberoamericana, el del ya famoso ¿por qué no te callas?, y luego amenaza con expulsar de Venezuela a las empresas españolas presentes en ese país, en caso de que el Partido Popular gane las elecciones en España (demócrata ejemplar que respeta la voluntad popular de los españoles ¿no?).

Absurda es su petición de disculpas y absurdas son las causales de sus amenazas.

Chávez es un bravucón que busca que lo pisen para luego utilizar el "pisotón" como excusa o justificación para hacer lo que de cualquier manera iba a hacer.

Les platico una historia de un caso de cinismo extremo que cuando la terminen de leer verán que es exactamente la forma de razonar de este burdo, tosco, rústico, cínico y grosero personaje.

La historia es de un parricida que, después de haber confesado con la mayor desfachatez y sin ningún remordimiento haber asesinado a su padre y madre, fue presentado al juez para que le dictara sentencia.

El descarado asesino, al ver que el juez descargaría sobre él la peor de las sentencias, pide la palabra y le dice al magistrado: señor juez, le pido...

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