Saquean moradores hogar de Reina Coyota

AutorAlejandro Alvarado

Si busca en los libros de historia, encontrará muy poca información sobre la Reina Coyota. De la poderosa mujer que hace cinco siglos dominaba la Ribera de la Laguna de Cajititlán, en Tlajomulco, apenas se saben las leyendas que se han transmitido de boca en boca.

Pero en el mapa de los busca tesoros y los saqueadores circula más información, por ejemplo la ubicación del templo donde se le rindió culto, las ruinas de la residencia que ocupó durante su matriarcado, un gran sitio prehispánico conocido como la Tacomolca que se extiende a lo largo de varias hectáreas, hoy rayadas por los surcos de maíz.

LA BÚSQUEDA

Para llegar a Tacomolca hay que ingresar por la angosta calle principal de San Miguel Cuyutlán y sortear al ganado. Después de cruzar el río se toma la vereda aún transitable pese a las piedras sueltas y el lodo. Pero los arbustos han crecido y se complica todo.

"¿Dónde está la Tacomolca?", pregunta el cronista Braulio Villanueva a uno de los jóvenes que transitan por el empinado camino.

"Donde estaban estacionados, ahí, pero allá (y apunta el lado derecho del camino). Ahí estaban dando piedras la otra vez, llegó la gente y se llevaba piedras, ahí encontraron 12 'huesarios'", respondió el paseante, refiriéndose a las tumbas de tiro.

En la vereda sólo puede circular un auto a la vez. Cuando dos se encuentran, el otro tiene que ceder echándose para atrás. Justo cuando el camino se abre y la vista te permite observar los pueblos y la laguna, es donde se encuentran las ruinas.

De una de las cercas de palo y púas sale don Refugio Villanueva montando su mula. Sombrero de paja, botas de plástico y manos asperas, resulta que en la repartición de tierras, a él le tocó sembrar sobre las ruinas del Templo de la Coyota.

"La Coyota mandaba a todos los indios, desde Ixtlahuacán de los Membrillos hasta Santa Ana. Aquí están los tesoro que regalaban los indios cuatro metros abajo, han venido y sí le escarban, hay leyenda", cuenta don Refugio.

Las ruinas del templo rodean los surcos de maíz. Una encima de otra, los tres distintos tipos de piedras hacen pequeñas paredes, forman líneas que dan la impresión de ser patios. A los pies de los árboles se apilan las piedras que se han extraído, y la obsidiana no falta.

A estas ruinas han llegado canadienses y norteamericanos con detectores de metales. Y no se quedan atrás los locales que excitados por las leyendas, van en busca de tesoros. En ese afán de hacerse de este metal precioso, han excavado y...

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