Sergio Aguayo Quezada / 27 palabras

AutorSergio Aguayo Quezada

Los hijos predilectos de la Constitución son los partidos políticos. Mientras la crisis arrasa con empresas, empleos y hogares, ellos disfrutan plácidamente del Olimpo presupuestal.

Según el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, la Constitución de 1917 ha entrado 489 veces al quirófano. El artículo 41 ha tenido seis intervenciones que han alterado su esqueleto y epidermis: nació en 1917 con 67 palabras; el día de hoy ya tiene 2 mil 894. De esa transformación rescato la metamorfosis de los partidos políticos. En 1917 ni siquiera aparecen, en 1977 se les llama "entidades de interés público" y se les garantiza un "mínimo de elementos" y en el 2007, en cambio, son las estrellas supernovas de nuestra galaxia política.

Su poder se multiplicó cuando descubrieron, en el 2007, el suero del jolgorio interminable. Les bastó con ponerle 27 palabras a la Constitución: el dinero que reciben se calcula "multiplicando el número total de ciudadanos inscritos en el padrón electoral por el sesenta y cinco por ciento del salario mínimo diario vigente para el Distrito Federal". Impecable y notable su maña, porque, según las proyecciones sobre la evolución de la población, el padrón seguirá creciendo hasta el 2040, y porque el salario mínimo aumenta año con año. Por ello, y salvo que los reduzcan voluntariamente, en el 2010 sus ingresos subirán a 3 mil 12 millones de pesos y cuando se les critica el exceso, responden con un lacónico: "está en la Constitución".

Esa disposición constitucional revela un contrato social desquiciado. Esas 27 palabras santifican el conflicto de interés porque los partidos se concedieron a sí mismos la bonanza inacabable, ilustran lo poco que les importa la lejanía con la sociedad, y expresan su adicción al dinero porque los partidos son como los teporochos que atiborran la cadena de Megapulquerías "Los mártires del presupuesto".

Con frecuencia recibo cartas de lectores que comparten mis inquietudes y preguntan qué hacer frente a aberraciones como la descrita anteriormente. Para combatir los abusos y las injusticias hay que decidirse a "no dejarse", aunque añadiría la conveniencia de evitar, hasta donde sea posible, el síndrome del gruñón profesional. Lo ideal es defenderse sin involucrar al hígado.

Para reorientar la historia es necesaria, pero insuficiente la virtuosidad individual. Es fundamental una mezcla de participación de instituciones públicas, de la sociedad organizada y, en ciertas condiciones, de la comunidad...

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