Jesús Silva-Herzog Márquez / Después del consenso

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Terminó el primer capítulo del Gobierno de Enrique Peña Nieto. Tal vez no se ha reconocido formalmente, pero el momento del consenso concluyó. Era natural que así fuera. El acuerdo del Gobierno con las oposiciones de izquierda y de derecha fue un logro de la negociación pero era, irremediablemente, un bastidor transitorio. Sirvió bien para la reapropiación de las funciones estatales -esas en las que pueden coincidir naturalmente los partidos políticos-, pero difícilmente puede emplearse como palanca de Gobierno.

La amplitud del consenso agonizante correspondía a esa recuperación de lo elemental: la rectoría del Estado en asuntos de educación o en materia de telecomunicaciones, campos en los que el poder público había cedido el mando. Al terminar el primer capítulo del Gobierno se abre un tiempo que demanda una nueva estrategia y que exige otras cualidades del Gobierno.

Hasta este momento, la Presidencia no ha tenido más orgullo que el Pacto. Incapaz de dar buenas noticias en el frente de la seguridad; sin mucho que celebrar en el ámbito económico, la única medalla de la nueva administración es el Pacto.

Adentro y afuera presume la celebración de ese acuerdo como inauguración de la eficacia. Tras el terco enfrentamiento, tras la enemistad polarizante, el Gobierno ha celebrado esa alianza como la invención de la productividad democrática, como el matraz que procesa las diferencias y las transforma en reformas conciliatorias.

Mientras las oposiciones amenazan cada 15 minutos y al menor pretexto con romper el pacto, el gobierno se aferra al emblema como la única balsa en altamar. Pero el tablón se ha vuelto ya un simple madero de flotación. Perdió el motor y no hay nadie que reme.

El consenso, ese instrumento, se convirtió en valor. A partir de ahora puede ser obstáculo de las reformas a la que inicialmente sirvió. Si las oposiciones han amenazado con salirse del Pacto y reasumir a plenitud su función opositora, el Gobierno debe hacer lo propio: adelantar que puede dirigir fuera de esa mesa inicial. Puede hacerlo, no como amenaza sino como expresión de ese deber de definición que tiene todo Gobierno.

La Presidencia debe reivindicar su vocación reformista, aunque la palanca de cambio sea otra. Ante las reformas que vienen -la fiscal y la energética- el Gobierno debe correr el riesgo de la iniciativa. Si hasta el momento pudo cocinar las reformas iniciales junto con sus adversarios, ahora debe hablar en primera persona -y en singular. Y desde esa...

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