Jesús Silva-Herzog Márquez / Patrimonialismo espiritual

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

La Presidenta Municipal de Monterrey pidió respeto y tolerancia por sus creencias. Unos días antes había entregado la ciudad que gobierna a Jesucristo, a quien declaró la autoridad máxima de la Ciudad. La Alcaldesa había participado en un evento llamado "Monterrey ora", organizado por la Alianza de Pastores. Ahí, enfatizando la solemnidad de una proclama, dijo: "Yo, Margarita Alicia Arellanes Cervantes, entrego la Ciudad de Monterrey, Nuevo León, a nuestro Señor Jesucristo. Para que su reino de paz y bendición sea establecido, abra las puertas de este Municipio a Dios como la máxima autoridad. Reconozco que sin su presencia y su ayuda no podemos tener éxito real". Esas fueron las palabras de la Presidenta Municipal de Monterrey: entregar simbólicamente la Ciudad que gobierna a una deidad, declararla una autoridad superior a todos los poderes constitucionales y expresar su convicción de que sólo la intervención celestial puede salvar a la Ciudad.

Cuando pide respeto por sus opiniones, la Alcadesa se trepa en un tópico de la sensiblería contemporánea: todas las opiniones son respetables. No: las opiniones requieren mérito para ser respetables. Lo respetable es aquello que ha ganado nuestra consideración, lo que nos parece digno, aquello que calificamos como portador de un valor moral o estético. ¿Es respetable el discurso racista? No lo es. Tampoco lo es el discurso clasista, aunque se vista como instructivo de la decencia o el buen gusto. No son respetables el prejuicio del homófobo, la trampas del demagogo ni el embuste del farsante. Esa idea de que todas las opiniones son respetables es sencillamente absurda. Hay opiniones respetables y hay opiniones execrables. Ideas valiosas e ideas siniestras. No creo por eso mismo que la fe en lo inverificable sea, por sí misma respetable. La fe puede ser la mejor coartada del crimen y la persecución, pero también un estímulo de bondad. De la creencia, desde luego, pueden derivarse lecciones, máximas, relatos llenos de sabiduría y profundidad -o llamados al degüello. Por eso digo que la fe, por sí misma, no merece respeto. Lo respetable, en todo caso, son los frutos de la creencia. Cualquier creencia exige, eso sí, tolerancia. No debe emplearse la fuerza para proscribir las ideas que nos repugnan o las ideas que consideramos nocivas. Tampoco es admisible imponer ideas a través de la coacción. Ni siquiera esas ideas execrables que hay que denunciar, combatir, ridiculizar han de ser prohibidas. Es que la...

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