SOBREAVISO / Ajustes, no anuncios

AutorRené Delgado

A Gustavo Sainz, con gratitud.

Un Gobierno sin marcha ni iniciativa, sencillamente no es Gobierno... y, en esa circunstancia, está incurriendo la Administración federal.

El Presidente Enrique Peña y su equipo no salen del marasmo y, en el afán de mostrar serenidad, simulan gran actividad cuando, en los hechos, pierden una y otra vez la oportunidad de rehacerse y recuperar la iniciativa. La osadía y la audacia inicial, ahora se trastocan en apocamiento y titubeo. Hay más solemnidad que seriedad, más presunción que concreción, más activismo que actividad...

Así, la Administración desdibuja la posibilidad de constituirse en Gobierno.

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El temor de que la elección se tradujera en un revés o en el estallido del malestar social quedó atrás, se remontó de modo mejor al previsto y, aun así, falta la decisión de evaluar a los colaboradores y reajustar las políticas. No, se ha entrado en un impasse, decorado con actos protocolares o discursos de ocasión que no ocultan la atonía. Se cumple con la apariencia, no con la sustancia de gobernar.

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Si antes de la elección intermedia y en el plano internacional, el Gobierno chileno de Michelle Bachelet mostró ganas de rehacer su gobierno y, ahora, después de la elección en el plano local, el Gobierno capitalino de Miguel Ángel Mancera hizo lo mismo... en el plano federal, la inercia ritma la actuación. El deseo de acabar con mitos y romper paradigmas es recuerdo de una ceremonia inaugural.

La Administración federal no se anima a ensayar nuevas fórmulas. Opta por avanzar y recular, prometer y olvidar, ordenar y contraordenar, permanecer en el lugar donde se encuentra: un punto muerto.

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Suspender un día la evaluación magisterial y reponerla poco después asegurando que se aplicará a como dé lugar y, luego, postergarla de nuevo donde se registra resistencia y, más tarde, realizarla a hurtadillas, no habla de una estrategia, exhibe una actuación medrosa. Habla de la aplicación de una reforma con mano temblorosa, incapaz de replantear su instrumentación.

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Prometer un presupuesto base cero y luego reconocer que, por los compromisos, el margen de maniobra es reducido, no habla de rediseñar el gasto, sino de maquillar una herida que -en vez de cosméticos- demanda una cirugía presupuestal mayor. Tela de dónde cortar hay: los gastos de imagen y propaganda oficial, las millonarias prerrogativas de los partidos, las partidas hechas a la medida de la popularidad y el capricho de los legisladores, el...

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