SOBREAVISO / Grito y silencio

AutorRené Delgado

La estampa pasará a la historia, pero no como el principal interesado quisiera.

El presidente de la República dando el grito de Independencia desde el balcón central de Palacio Nacional ante la Plaza de la Constitución vacía. Sin recibir por respuesta, y en coro, el apoyo de la gente respaldando los vivas y los mueras de quien se siente con liderazgo, poder y autoridad para dar y quitar vida.

Esa noche, en la teatralización del inicio de la gesta encabezada por Miguel Hidalgo y el ejercicio del poder en turno, el mandatario cumple con el rito y el mito de figurar, llene o no los zapatos, como legítimo heredero, guardián y continuador del movimiento popular que animó la Independencia y, más tarde, impulsó la Reforma y la Revolución. Esta vez, sin embargo, la escena se apartará del guion.

Así se transmita por redes, radio y televisión como un imprescindible espectáculo patrio, la ceremonia carecerá de su esencia: el respaldo popular jubiloso a la consigna presidencial. El grito no inviste al mandatario como un supuesto héroe en ciernes, no; es el coro popular el que -al asentir a su dictado- le concede ese posible fuero. Sin gente en el Zócalo se cubrirá el protocolo, recordará la efeméride y detonarán fuegos de artificio, pero no cumplirá el símbolo que representa.

Será el simulacro de un festejo imposible.

· · ·

En la arena política -la plaza pública- donde el Ejecutivo se siente a sus anchas, la sana distancia le plantea un serio problema a su estilo y sentido del ejercicio del poder.

La pérdida de contacto con la base donde el mandatario se siente amparado, seguro y protegido. Vacío al cual se agrega, en el colmo del pretexto invertido, la ausencia de un adversario de talla, una reacción fuerte, donde justifique la imposibilidad de llevar a cabo su proyecto: la pretendida cuarta transformación del país que, obviamente, resiste ajustar a la circunstancia sanitaria, económica y política, la cual deja ver ahora titilar focos rojos de malestar y rebeldía social. No duda, pero no puede.

La fortuna, la suerte que tanto reconoce el presidente López Obrador como un factor fundamental de la política, le juega las contras. Y el tiempo, el otro factor determinante, se consume inexorablemente amenazando convertir el sexenio en un suspiro. Mal y de malas se ve al presidente de la República, ajeno al estratega que, otras veces, fue capaz de crecer ante el castigo, darle vuelta a la adversidad y, sobre la marcha, encontrar senderos distintos para llegar...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR