Sugerencias del gourmet / Revive faena de sabores

AutorG.L. Othón

Hace mucho que no disfrutaba una buena comida, entendiéndola como un concepto más grande que el sólo alimentar mi estómago. Una comida -al mediodía- sin prisas.

La Lidia fue el escenario, que de nueva cuenta me recibió con su aclientada terraza, y que de manera muy particular disfruté gracias al excelente clima, la inmejorable compañía y placentera plática.

Debo aclarar que mi regreso obedece a la curiosidad de observar si reforzaron detalles señalados hace cuatro meses en nuestra primera visita. En especial lo relacionado con la administración en los tiempos de salida de los platillos, las temperaturas o las porciones de los acompañamientos.

El buen camino sigue marcándose por la variedad en su carta y sus precios aceptables, además como comenté, por su agradable terraza.

Ya sentados en plácemes solicitamos las bebidas. El momento lo ameritaba: una jarra de clericot con toda su fruta flotante y bastante hielo.

De entrada me pareció un poco cargada a lo dulce, aunque a la larga funcionó para matizar los fuertes sabores de los primeros platos; incluso, combinó estupendo con la bocata de ensaladilla rusa con la que te reciben.

La carta de bebidas sigue luciendo amplia, entre especialidades preparadas, licores y cerveza de barril y nacional.

Ya puestos, revisé su singular oferta de "embutidos", que va desde un jamón Ibérico Pata Negra, pasando por cecina, chorizos, chistorra, morcillas, lomo, sobrasada, butifarra, hasta un solito queso manchego puro de oveja.

Caí ante la tentación y solicité una tabla de embutidos maduros que contenía: jamón ibérico, lomo embuchado, chorizo Salamanca y Pamplona, y los sentí muy frescos en el buen sentido, en especial el lomo y el chorizo Pamplona. Estos resaltaban por su enorme sabor.

También pedí la morcilla negra de arroz; me pareció buena, sin los sabores intensos como acostumbran en la Madre Patria. Lo traduciría en un dejo que no satura, pero un poco reseca en textura.

Decidí continuar con unos pulpos a la gallega, un gazpacho y un pintxo de tortilla española. Este último, por dos muy buenas razones: primero, los pintxos -botanas del País Vasco con base de pan- no son muy comunes en este valle y, segundo, porque tengo una debilidad con la tortilla española.

La tortilla, aunque un poco sofisticada en su corte, fue de correcto sabor entre rebanadas de un mini pan fleiman.

Lo que me sorprendió fue la mayonesa que acompañaba al pintxo, era tan buena y se sentía tan fresca que comencé a incurrir en una grosera...

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