Cartas a Mural/ Terrorismo, convivencia y ecuanimidad

Señor Director:

En estos días imperan estrecheces de toda clase, demandas sociales sin cuenta en las que la economía camina su peor jornada, con todas las secuelas depresivas que azotan tan severamente la estructura productiva y laboral; tiempos estos de creciente delincuencia e inseguridad pública; de presupuestos gubernamentales insuficientes; días de grandes rezagos educativos y de salud: de crecientes problemas ecológicos y ambientales; de corrupción en todos los órdenes; tiempos que, aunque vistos superficialmente, resultan muy poco prometedores, que demandan variados y penosos sacrificios morales y materiales, y por si fuera poco, aún nos invade una tremenda sicosis mundial por el terrorismo, en todas sus vías, con la plena vigencia cuajada de borboteantes y enconadas pasiones entre dos culturas.

Sin embargo, en forma paralela, todos los seres humanos queremos tener éxito en la vida, desarrollar toda la potencia que existe en nosotros, para cultivar aquellas virtudes que más puedan conducir a tranquilizar las almas, y a liberar a los pueblos de sus terrores, tan innecesarios como lo fueron los del año 1000 de los pueblos medievales.

Hay una situación mágica que nos permite elevarnos por encima de los azares de la vida, y es la de convivir. Saber convivir es fruto de un largo y penoso esfuerzo de formación personal. La buena convivencia es difícil. Aprender a convivir -madurar en sentido social- exige dos cosas muy precisas y concretas: saber dar y saber recibir. Saber dar, venciendo nuestro egoísmo. Saber recibir, sobreponiéndonos o triunfando sobre nuestro orgullo. La inmadurez es egocentrismo y "amor propio". La madurez, para decirlo con Ias palabras definitivas del Evangelio, es "amor al prójimo por amor a Dios".

La buena convivencia lleva implícita ¡ecuanimidad! Que ha sido, es y será hoy como nunca la fascinante y seductora consigna, muy valiosa para quienes la recuerdan, por lo mismo que tantos la han olvidado. Un ánimo equilibrado, sereno estoicismo, el alma como esa roca firme de que habló Marco Aurelio, contra la que se estrellan en vano las olas embravecidas de las contrariedades de la vida, un acantilado espiritual que obliga a aquietarse y formar un remanso de espumas plácidas a lo que fuera oleaje agitado de triunfos y derrotas en la vida. Una ecuanimidad serena, esa es la actitud que conviene tener. ¡Cuán difícil de alcanzar mas cuán necesaria tanto en el triunfo como en la derrota! El temperamento...

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