Donde el tiempo se detuvo

AutorCecilia Núñez y Aggi Garduño

Enviadas

ANTIGUA, Guatemala.- Nos domina una urgencia casi infantil por recorrer lo más rápido posible los 45 kilómetros que separan a la Ciudad de Guatemala de Antigua.

Al llegar, el afán de perdernos entre este laberinto de callejones empedrados no se aplaca ni con la tenue lluvia que nos recibe; al contrario: quienes llevan cámara se aglomeran frente al Arco de Santa Catalina, que en época de lluvias se refleja en los charcos de la calle, regalando nuevos matices a la postal típica de la ciudad.

Desde el primer acercamiento, Antigua se declara como un sitio que se descubre a paso lento, para darle tiempo de contar su historia a los vestigios, a las grietas de los muros y a los tres volcanes que rodean la ciudad: el de Agua, el de Fuego y Acatenango.

Los balcones de las antiguas casonas son el pretexto para comenzar a revelar los secretos de este rincón colonial. "En otros tiempos, las mujeres pasaban las horas dejándose ver desde su balcón para encontrar marido, las más traviesas platicaban desde ahí con sus novios rechazados por la familia y las que no eran bonitas ni se asomaban, porque las mandaban al convento", cuenta en tono divertido Laura de Rodríguez, guía de turistas que enamorada de Antigua, decidió dejar la capital y mudarse aquí desde hace más de 10 años.

Al andar entre calles, Laura relata el pasado trágico de esta ciudad que fue capital de Guatemala hasta 1773, cuando un terremoto la destruyó casi completamente. A pesar de las erupciones, sismos y epidemias que Antigua lleva a cuestas, los tonos ocres de sus fachadas, los colores vivos de los muros de las casonas y las iglesias barrocas la visten de un tono festivo, que se combina con la atmósfera sosegada que se respira en las plazas.

Basta cruzar un portón de alguna antigua casona para encontrar restaurantes tan encantadores como la Fonda de la Calle Real, con una cocina abierta que deja ver a las mujeres preparando pipián y chiles rellenos, o como la Posada Don Rodrigo, donde el flan antigüeño es la especialidad y se escucha marimba en vivo.

Después de pasear por la Plaza de Armas, la catedral, el mercado y los centros culturales, reservamos lo mejor para el final: el Museo de jade, ubicado en una casona del siglo 16. No debimos haber visto ese collar verde de 13 mil dólares: ahora nos corroe el deseo de poseerlo.

Restan unas 40 iglesias por conocer para olvidarnos de ese nuevo objeto de deseo, pero hay que despedir la tarde en las impresionantes instalaciones del hotel Casa Santo Domingo, tomando un ron tradicional a la luz de las velas encendidas.

Este hotel, que...

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