Al Tiro / Calendarios y rituales

AutorPaco Navarrete

En latitudes más cercanas a los polos que la nuestra, es posible notar un cambio gradual en las estaciones del año. De un tórrido verano, con calores de desierto y moscas panteoneras, en pocas semanas se pasa al prodigioso cambio de colores en el follaje y luego a la lenta y nostálgica caída de las hojas... para después dar pie a inviernos más crudos que un platón de sashimi corte fino. O un sabrosísimo cebiche, que es casi lo mismo, pero no es igual.

Claro que más cerca de los círculos polares sólo hay dos estaciones, por decirlo así: un día de seis meses, muy frío, y una noche de igual duración, pero congelada.

En cambio, por estos rumbos para notar el cambio de estaciones hay que subir al Tren Ligero y ponerse vivo, pues de otra manera ni se da uno cuenta del paso de Santa Filomena a Urdaneta cuando ya le están pisando los callos las marchantas del Baratillo.

Y en Colima están peor: sólo tienen la estación de calor y la del tren, que para acabarla de amolar ya no carga pasajeros.

Y como todo chiquillo ávido de vacaciones, puentes y días festivos sabe, dividir la interminable cuenta de los días ha sido muy importante desde la prehistoria, no sólo para saber cuándo sembrar granos y cuándo exprimírnoslos, cuándo salir a cazar mamuts y cuando salir a votar por ellos, sino para mantener un mínimo sentido de orden dentro del caos que es vivir en este mundo hermoso, salvaje e impredecible como diva de las telenovelas.

Por eso, para marcar las etapas de año tenemos que recurrir a métodos menos generalizados, pero más precisos que el clima. Antes, por lo poco que éste cambiaba: del calorón en mayo al fresco ligero de enero; ahora por la razón contraria: igual...

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