Tomás Calvillo / La sombra de la riqueza

AutorTomás Calvillo

Desde otra lectura, esto que llamamos globalización es el imperio de la maquila digital. En ella el Estado nacional ha reducido sus capacidades de representar a los ciudadanos y ser el instrumento institucional operativo de los mismos, así como la expresión de un antiguo principio: la soberanía. Hoy aparece cada vez más como el administrador del capital trasnacional, facilitador del reemplazo tecnológico en el mundo laboral, reemplazo que invade todos los aspectos de la vida.

La política sólo alcanza a tartamudear, carece del lenguaje para moldear esta realidad y representar las aspiraciones comunitarias en su relación con el poder. El Estado redujo su ámbito de influencia y perdió el dominio sobre sus instrumentos de comunicación que le han sido de facto expropiados.

El Estado es también un propagador más de la epidemia de mercancías, incluso de aquellas que afectan directamente la salud de sus ciudadanos. Un ejemplo de ello, hay más en otros ámbitos, son las grandes empresas de alimentos y bebidas chatarra que definen la cultura alimentaria de millones de niños, sin que la clase política sea capaz de actuar en el diseño de políticas públicas que incidan en la salud de una población donde se fallece más por razones de obesidad que por causas de la desnutrición.

Los estándares de la competencia no son en México los valores de la solidaridad.

No hay un concepto político articulador que trascienda la conflictividad inmediata y que advierte que en esta era de veloces cambios, la política no se puede quedar paralizada por supuestos de sobrevivencia pragmática que ahondan más la fractura que se palpa ya dentro de los propios hogares.

El PAN como el PRI y el PRD tienen una deuda creciente con esta tierra y sus habitantes. Es una tarea política pospuesta que ninguno solo podrá llevar a cabo: es necesario dar señales claras de que se tiene la voluntad y capacidad de enfrentar la impunidad, de apostar por el mañana para todos y no aferrarse a un presente para unos cuantos. Ahí está la negociación política donde algunos perderán para que los muchos ganen.

El agua de la incertidumbre, no la propia de toda democracia, sino aquella que surge de la carencia de confianza, superó ya las rodillas y alcanza el cuello. El discurso político naufraga y corre el peligro de hundirse, es necesario deletrear: horizonte y tierra firme, romper los muros del aislamiento y hacer resonancia con aquellos que aún apuestan por la construcción...

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