La trivialización de la cruz

AutorHéctor Zagal

Con la ingenua pretensión de ganar más prosélitos, algunos cristianos han pretendido esconder la cruz. Hurguemos en las librerías parroquiales y nos percataremos de que los antiguos tratados de ascética se sustituyeron por una especie de "literatura de superación personal y autoestima".

A muchos cristianos les avergüenza hablar de los clavos y la corona de espinas. Prefieren la iconografía dulzona, de mesías relamidos, al estilo Rambal. Les aterran las túnicas moradas y negras de las procesiones del silencio. Se abochornan de los sacrificios cuaresmales de sus abuelas. Para tales cristianos "modernos", la misa no rememora el calvario, sino que se torna en una asamblea de amigos. La Ilustración les gana la partida; Nietzsche se cuela por la sacristía... Para esos cristianos vergonzantes, la cruz se convierte en un símbolo geométrico, en un logotipo, cuyo sentido originario se ha perdido.

El cristianismo es una religión sangrienta, pero no sanguinaria. El Dios de los cristianos redime al género humano a través del dolor y del sufrimiento de Jesús en la cruz. No hay vuelta de hoja: la inmolación es un rasgo esencial del cristianismo, en particular del cristianismo romano. Difícilmente puede ser una religión de moda en la sociedad del tardocapitalismo burgués, financiero e informático. Nada más contrario al espíritu moderno que un Dios cuya marca es la cruz.

La estética de la Pasión

Los artistas bizantinos pintaron al Crucificado como si los clavos que penetran sus manos y sus pies no le provocaran dolor alguno. Unos discretos hilillos de sangre escurren por su augusta frente.

El sudor y los escupitajos no desfiguran su rostro. El Cristo bizantino transfigura el patíbulo en el trono de un Pantócrator. Los tormentos ideados por la soldadesca y la chusma no hieren el cuerpo del Todo Poderoso. Los pintores de Constantinopla no retratan al Jesús sufriente, sino al Logos, Verbum, resplandor del Padre Eterno.

Los íconos ortodoxos y las miniaturas románicas resaltan la divinidad de Jesús en el madero. Apenas si sufre, apenas si mueve a compasión. Las aureolas de oro opacan la corona de espinas. Para estos maestros pintores, la humanidad del Nazareno es como una gota de vino perdida en el mar de su divinidad. En el patíbulo, Su Majestad repite la frase de la Escritura "Yo soy Dios, y no hombre". No mueve a la compasión, sino a la adoración.

Los maestros del gótico y del barroco, por el contrario, enfatizaron el sufrimiento. En la extinta Pinacoteca...

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