VIGÍA DE BOLSILLO / Méndigos y mendigos

AutorSofía Orozco

La primera vez que un niño pequeño me abordó en la ventanilla del auto y me dijo con carita dulce y tierna "regáleme algo, hoy es mi cumpleaños", me provocó uno de esos episodios desagradables y tristísimos que uno suele experimentar cuando, por más feliz que te sientas, algo te recuerda que la vida es también miserable.

No pude olvidar la cara del niño, sus quizá 6 o 7 años, su forma de ganarse la vida, su incierto futuro, los recuerdos que tendría de aquel cumpleaños gris, enfrentándose apenas a las peores cosas que todavía le reservaba la vida.

Él no tenía nada y yo, en cambio, tenía al menos la despensa llena. La culpa obró en mí y a las pocas horas regresé con un pequeño pastel.

De nuevo a través de la ventana del auto, el niño tomó el pastel sin mayores aspavientos; corrió a dejarlo en medio del camellón junto con algunas cosas recolectadas y siguió, como si nada, pidiendo caridad.

Animales de hábitos que somos, no pasaron ni tres días cuando, por la misma ruta, lo volví a encontrar en el semáforo, asomándose a mi carro. Pensé que se acordaría y me haría algún cumplido por mi talento culinario, pero el niño ni siquiera recordaba mi cara: así, ufano, relajado, o mejor dicho, un poco ensayado, volvió a decirme con los ojos dulces y lastimeros: hoy es mi cumpleaños.

La tercera vez que se repitió la escena en menos de 15 días, quise de nuevo regresar por un pastel, pero esta vez para lanzárselo a la cara. Aclaro: sólo lo deseé por unos segundos. Luego me reí, luego lloré.

"La generosa doñita" pensó que su obra buena podía cambiarle la vida a un niño. ¡Qué tragedia! Finalmente entendí que un acto aislado y bastante "teatral" (tan teatral como el niño actor y su cara impostada) no soluciona más que dos horas de hambre y media hora de tranquilidad de la conciencia.

El niño mentía, pero su estrategia funcionaba, era innovadora y conmovía hasta el hígado. Mentía porque no era su cumpleaños, pero no mentía en cuanto a sus necesidades: éstas eran reales, crueles, tristes, y no se solucionaban con un pastel.

La pobreza, la marginación, la no oportunidad, la no igualdad y el hambre no eran una tomadura de pelo. El no futuro tampoco.

Si el niño no me hubiese lanzado el anzuelo, yo hubiera pasado de largo. Nos son tan familiares los cruceros llenos de rostros, voces y alboroto que nos hemos acostumbrado a, simplemente, ignorar.

MURAL publica sobre la invasión de "migrantes pirata" y la misma sensación de timo nos invade: "Y yo que...

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