VIGÍA DE BOLSILLO / Decirlo todo

AutorSofía Orozco

Crecí en una familia profundamente religiosa, en donde ir a misa era parte del día, tanto como tomar el desayuno, comer o cenar. Alguna vez, en esa comunidad de feligreses, sucedió que "alguien", un personaje aceptado y frecuente católico por demás, comenzó a asistir a dos o tres misas diarias, siempre participando en la recolección de las limosnas. Esto no tardó en levantar sospecha y entre los monaguillos, el sacristán y las señoras devotas, pronto descubrieron que ese deseo tan fervoroso de colaborar estaba motivado por la sustracción de algunos billetes y monedas para uso personal.

El tema se habló profusamente en el atrio, en las bancas del parque, en el mercado y por supuesto, también en casa. Tal acción era reprobable, se nos hizo saber a todos: robar, mentir, defraudar. Eso no está bien, y no se hace, con el agravante además de que se suponía que el dinero robado estaba destinado a obras pías y de caridad. No había más: la persona que tomaba parte de las limosnas podía arrepentirse, reparar el daño y disculparse; o simplemente desaparecer para siempre, excluida del círculo que antes confió en ella.

Recuerdo que algunos vecinos justificaron la acción pensando en que tal vez era un buen samaritano que atravesaba por un bache económico, o que quizá su comportamiento poco honroso era parte de una enfermedad de la que se sabía poco, conocida como "cleptomanía". El tema dio plática para muchas tardes de aprendizajes diversos y enseñanza para todos.

El asunto es que por mi edad, mi nivel de distracción y poco acceso a información privilegiada, sólo supe del caso y su aleccionador final, pero nunca jamás quién había sido esa persona de la que todos hablaban. Pregunté cientos de veces a mis padres con la esperanza de que ese chisme, que entonces me parecía abrumador, tuviera en mi mente estructura, moraleja y, sobre todo, una cara.

Mi curiosidad nunca fue satisfecha.

No era relevante que yo supiera quién había sido, sino que aprendiera que eso no estuvo bien. No había necesidad de revelar la identidad de un ser apesadumbrado, puesto que saber quién era no aportaba nada a la historia y, en cambio, saberlo sí podía quitarle dignidad y lo que le quedaba de prestigio ante mis ojos.

Lo aprendí perfectamente, pero nunca dejé de preguntar. Mis padres murieron décadas después y se llevaron el secreto a la tumba. Han pasado más de 40 años y yo sigo intrigada, pero eso es por puro morbo. En aquel momento la comunidad supo lo importante...

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