Viven cubanos esperando el apagón

AutorYolanda Martínez

MURAL/Cuba

LA HABANA.- Sin aire acondicionado y con las ventanillas casi cerradas, un calor de sauna húmeda empapa la camisa y la nuca de Marcos Fernández, quien se gana la vida manejando un Lada blanco de la empresa estatal Panataxi.

Además de un salario aceptable "gracias a las propinas", este abogado habanero dice que trabajar de taxista le ha dado más información de la realidad de la que manejan algunos diplomáticos.

"La noche de La Habana ya no es tan alegre y segura. La calle se ha puesto mala -advierte-. En la oscuridad no ves quien sube y ahora lo mismo te roban, que te caen a botellazos y te acaban la vida. Hace poco mataron en Playa a un compañero... A mí no me va a pasar lo mismo". Y muestra un contundente bate de madera con el que se ha defendido de atracadores dos veces en un mes.

Para los conductores, la oscuridad resulta especialmente peligrosa en una ciudad como La Habana donde grandes baches y calles rotas obligan a reducir la velocidad de los autos. Para los peatones, caminar de noche entre miles de árboles o acercarse a los parques con una modesta linterna en la mano, es, directamente, una experiencia sobrecogedora.

"En La Habana se han multiplicado los robos con agresión", confirmaron a este periódico fuentes policiales.

La cruda realidad se impone a la voluntad y los grandes proyectos gubernamentales, con una obstinación digna de mejores causas. Las medidas encaminadas a calmar el creciente malestar de la población, aún a costa de paralizar la producción en muchos sectores de la industria, afecta también a los ambiciosos programas educativos y sociales de la Revolución. Los escolares, que dependen de la televisión, no pueden seguir sus planes de estudios; miles de empleados de más de un centenar de industrias, que permanecerán cerradas hasta nuevo aviso, deambularán en casa o saldrán a buscarse la vida a la calle.

Su magro salario, según pudo conocer MURAL, se reducirá a un 60 por ciento hasta que vuelvan a incorporarse a la producción. Otros sólo van a su centro laboral "a sentarse y hacer tiempo", como Ana María Urízar, ingeniera de un fábrica de bicicletas a punto de cerrar.

"Llegas dormida después de una noche sin ventilador y pierdes la jornada sin contenido de trabajo porque ni siquiera puedes abrir la computadora. Vuelves casa y sin luz tampoco hay agua suficiente. Se acumula la ropa sin lavar, sin planchar... un caos doméstico que sólo refleja otro mayor y más triste. Nadie entiende qué está pasando, es como si...

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