¡Viva Cárdenas!

AutorCarlos Fuentes

Yo sólo conocí al General Lázaro Cárdenas en 1961, cuando me invitó a acompañarle en una gira por los estados de Querétaro, Guanajuato, Jalisco y Michoacán. Pero sentí entonces (como siento hoy) que lo había conocido desde siempre. Mi infancia transcurrió durante la Presidencia de Cárdenas y desde un mirador privilegiado: la Embajada de México en Washington, donde mi padre era colaborador muy cercano de un gran Embajador, el doctor Francisco Castillo Nájera. Castillo Nájera fue el enlace fundamental del Presidente Cárdenas con el Presidente Franklin D. Roosevelt. Los otros dos intermediarios de relieve eran, en México, Ramón Beteta, subsecretario de Relaciones Exteriores y en Washington, Sumner Welles, subsecretario de Estado. La tensión entre los dos países era muy grande. Y el tema del petróleo era, al lado de la cuestión agraria, la litis prioritaria entre México y los Estados Unidos.

La decisión del Presidente Francisco I. Madero de imponer un gravamen de un dólar a cada barril exportado, movió a las compañías norteamericanas a influir sobre el Presidente William Howard Taft y su Embajador en México, el nefando Henry Lane Wilson, para preparar la conspiración huertista contra Madero y el asesinato de éste. La política petrolera fue condición para el "reconocimiento" del Gobierno de Venustiano Carranza por Washington. El decreto carrancista del 19 de febrero de 1917 reafirmando la propiedad nacional del subsuelo, fue denunciado por el Secretario de Estado Robert Lansing como violación de los derechos norteamericanos de propiedad privada. El Presidente Warren Harding condicionó el "reconocimiento" del Presidente Alvaro Obregón a la intangibilidad del dominio extranjero sobre el petróleo. Las comunicaciones del Secretario de Estado, Charles Evans Hughes, al Canciller Alberto J. Pani son francamente amenazantes. Obregón cedió, pero en 1925 la ley petrolera de Calles reavivó la controversia y las amenazas. Es cuando el Secretario de Estado Kellog sentó a México "en el banquillo de los acusados de la opinión mundial". El Canciller Aarón Sáenz llegó a una solución conciliadora. La ley petrolera no sería aplicada retroactivamente al año 1917, pero México aplicaría la "cláusula Calvo" negando a los extranjeros trato judicial distinto del que recibirían los nacionales salvo en los casos de denegación de justicia. Ello no impidió que el Presidente Calvin Coolidge, en su mensaje al Congreso de 1925, declarase su intención de proteger las propiedades norteamericanas en México. Finalmente, la relación entre Calles y el nuevo Embajador norteamericano, Dwight Morrow, calmó las aguas y aplazó la...

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